En los años noventa, el austriaco Peter Drucker predijo la
revolución de la gestión del conocimiento y advirtió de que éste se convertiría
en la principal fuente de producción de riqueza, por delante del propio capital.
Y no se equivocó. La gestión del saber, además de propiciar el desarrollo de
nuevas tecnologías e industrias vinculadas al software y al hardware, está
ayudando a reinventar otras viejas, como las de la banca, la cultura o el
transporte.
La televisión, que es más que una industria, no ha permanecido
indemne a estas transformaciones. Centrándonos en algo tan próximo como nuestros
televisores, vemos como éstos han dejado de ser esa caja mágica que alumbraba
las noches de los años sesenta, para convertirse en un terminal de información
más, que convive y compite con otros terminales.
En la nueva economía del conocimiento, tal y como dejó escrito
Drucker, las tecnologías de la información y de la comunicación han transformado
radicalmente las economías, los mercados, la estructura de la industria, los
productos, los servicios y el mercado laboral. Pero también han transformado el
sistema de medios de comunicación. Por ello, en un proceso transformador como en
el que nos encontramos, cabe preguntarnos por el papel que deben desarrollar las
televisiones autonómicas.
En un contexto tecnológico y social en permanente cambio y muy
diferente al del año 1983, que fue cuando el Gobierno de Felipe González aprobó
la Ley de los Terceros Canales, nuestros usos y prácticas cotidianas, derivadas
del desarrollo de la web 2.0 y del uso de nuevos soportes de comunicación, han
cambiado radicalmente las exigencias sobre las televisiones autonómicas para
seguir cumpliendo su función de servicio público. En mi opinión, en su calidad
de grandes productoras de información, estos canales deberían atreverse a
explorar nuevos formatos, soportes, funciones y contenidos. Sólo así podrán
seguir contando para las audiencias, para la ciudadanía.
Igual que ha ocurrido en otras industrias, los gigantes del
software se han introducido en toda la línea de valor de las televisiones. En
apenas diez años, Youtube se ha convertido en el lugar de referencia del mundo
para ver vídeos. Cada mes, los mil millones de personas que se asoman a este
canal consumen cientos de millones de horas viendo videos.
Lo mismo sucede con las compañías de telecomunicaciones, que
ofrecen al usuario paquetes híbridos de servicios de telefonía y contenidos
televisivos a la carta. El último actor en aparecer en escena ha sido la popular
televisión por internet, Netflix. Sus
contenidos pueden ser vistos desde cualquier terminal conectado a internet:
ordenador, televisión, móvil, consola o tableta. Las redes sociales Twitter y
Facebook también han contribuido a trastocar el panorama televisivo, sobre todo
por su gran capacidad prescriptora a través de las recomendaciones de sus
usuarios. Y esta es una de las claves: la participación de los usuarios. Desde
su nacimiento, los usuarios han podido acceder libremente a las emisiones de las
televisiones autonómicas, pero creo que ha llegado el momento de que, como ha
sucedido en otras empresas, las televisiones apuesten por la innovación
abierta, sumando el talento de fuera al de dentro. Un talento externo que
incluye a todos los profesionales del periodismo que la crisis ha sacado de las
redacciones. Hay que poner las condiciones para que estallen las tormentas de
ideas. Por ejemplo, las once televisiones autonómicas que constituyen la FORTA
podrían unirse para hacer un nuevo "Netflilx", o para diseñar contenidos para las
infraestructuras de las smart cities o
para los relojes inteligentes.
También podemos aprender de lo que están haciendo grandes
como Microsoft, que tras aceptar que
Windows ha dejado de ser el rey del software, se ha reconciliado con la cultura
del código abierto para ganarse la simpatía de los makers, a quien el periodista y escritor Chris
Anderson ha confiado la tercera revolución industrial. Los makers desarrollan su trabajo en fábricas
digitales globales que responden a nombres como Fab Lab, Hackspace, Techshop o Makespace. Más allá de
los nombres, estos lugares ponen en evidencia una particular lógica práctica que
asume el valor de la creatividad de la gente y su capacidad para
inventar.
El sociólogo norteamericano Richard Florida escribe que uno de los
principales motivos que lleva a las clases medias profesionales más activas a
elegir una ciudad o región para vivir es el estilo de vida y el dinamismo
cultural del lugar de acogida. Florida destaca la relevancia de lo que llama
audio identidad o capacidad de identificar un territorio con un tipo de música.
En la búsqueda de esa identidad auditiva o de cualquier otra actividad creativa
o artística, que huya del folclorismo fácil, las televisiones autonómicas
podrían tener una importante labor que realizar: ser el motor de los distintos
movimientos culturales que surgen en su territorio.
Por último, no se me escapa que la relación entre innovación y
participación ha de ir en ambos sentidos. La Comunidad de Madrid se ha
caracterizado por su pujanza creativa en todas las manifestaciones artísticas en
distintos momentos de nuestra democracia, desde la Movida hasta nuestros días.
Su tejido e industria cultural son fundamentales en la creación directa e
indirecta de riqueza, tanto económica, como simbólica. En Madrid, la agitación
cultural es una constante. Desde las exposiciones en las galerías de arte,
hasta una ingente variedad de nuevas experiencias, que van desde los
laboratorios ciudadanos de producción, investigación y difusión de proyectos
culturales, como es el caso de Medialab Prado; hasta los nuevos centros de
innovación de las grandes empresas abiertos a la ciudadanía. Por estos templos
de la nueva modernidad transitan expertos y aficionados de todo el mundo que
debaten acerca de las disciplinas profesionales de un futuro que ya está aquí:
Big data, cultura hacker, innovación social o internet de las cosas.
Sinceramente, creo que la televisión podría desarrollar una interesante función
como agitadora de estas dinámicas culturales.
Propongo imitar a las grandes compañías y organizar un hackathon en colaboración con asociaciones de
profesionales de la comunicación, universidades, programadores, ilustradores o
diseñadores para, entre todos, trazar los nuevos caminos de la
televisión.